Son tiempos difíciles los que vive nuestro país. No es la primera vez que estamos atravesando una crisis, sino más bien todo lo contrario: los argentinos, si en algo estamos curtidos, es en crisis. Pero estos tiempos que corren tienen una particularidad: la impaciencia.
Estamos viendo, por estos días, que mucha gente está impaciente porque las soluciones no llegan. Resulta lógico, porque ya llevamos muchos años de atascamiento económico, con una pandemia que en el medio que nos arruinó la vida. Pero lo grave es que –a caballo de esta crisis y de la impaciencia- estamos observando varias actitudes que directamente o indirectamente terminando siendo “golpistas”.
Por un lado, numerosos medios de comunicación y periodistas exigiendo o insinuando que se debe poner fin cuanto antes al actual gobierno que comanda Alberto Fernández. Por el otro, actitudes desestabilizantes de distintos sectores políticos (opositores y oficialistas).
Repasemos algunos ejemplos:
-El ala dura de Cambiemos, atizando la grieta y desacreditando por completo a los funciones del gobierno.
-Buena parte del kirchnerismo quitándole el respaldo al Presidente cuando más lo necesita.
-La izquierda con sus reiteradas movilizaciones (en algunos casos no exentas de violencia).
Por supuesto que el gobierno no es víctima, sino que se ha comprado sus propios problemas. Es cierto que recibió una herencia pesada, y que además sobrevino la pandemia. Pero bueno: la gente los votó justamente porque se suponía que tenían las soluciones, y hasta ahora no lo han demostrado.
Sin embargo, dicho esto también cabe reflexionar sobre qué es lo que sucedería si cae la actual administración. ¿Realmente alguien cree que las cosas mejorarán de un día para otro, o en el corto plazo?
Más allá de lo que cada uno pueda pensar de tal o cual gobierno, no es momento de echar más leña al fuego. Los golpes institucionales sólo favorecen a los poderosos, pero jamás a la clase media y a los más humildes. La historia así lo demuestra.
La Argentina tiene problemas estructurales muy graves. En su economía y en otras áreas muy sensibles como la inseguridad. Y los problemas estructurales no se arreglan rápidamente. Quizás sea éste el mayor error de nuestros políticos: prometen cosas que no se pueden cumplir.
Mauricio Macri dijo que la inflación era un tema fácil de resolver y que la pobreza iba a llegar a cero. Alberto Fernández prometió hacer todo lo contrario a Macri, pero tampoco ha dado en la tecla. ¿Tendremos alguna vez a alguien que diga la verdad, planteando que hay un largo camino por delante con mucho sufrimiento en el medio?
Difícil: no es lo que la gente quiere escuchar, y no es lo que dicen los políticos. La gente quiere que alguien le prometa el paraíso, y los políticos prometen el paraíso. Pero después, al poco tiempo, nos damos cuenta de que seguimos en el infierno…