Por Pablo González
En la Argentina suceden hechos realmente graves. A veces no nos damos cuenta, y hasta lo naturalizamos. Hemos vivido tantas cosas a lo largo de las últimas décadas, que todo sucede como si fuera una serie de Netflix, en los que los capítulos se van sucediendo mientras esperamos ansiosamente el final.
Ver las imágenes de una persona gatillándole en la cabeza a la Vicepresidenta de la Nación, no es algo de todos los días. Pero eso no es todo: también resulta increíble que mucha gente piense que se trató de algo inventado, o armado por el propio kirchnerismo.
No importa lo que cada uno piense sobre el actual gobierno. Tampoco interesa demasiado si la víctima es alguien odiada o amada. Acá lo que cuenta es que una persona logró llegar hasta medio metro de distancia de Cristina Fernández de Kirchner, y pudo haberla matado.
¿Qué hubiera sucedido en el país si la bala salía? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero está claro que hoy no estaríamos viviendo días tranquilos en la Argentina.
Hay varios puntos para analizar. Lo primero es la fragilidad de nuestro sistema de protección a los mandatarios. En lo personal, es algo que siempre observé. Por profesión periodística, tuve la oportunidad de entrevistar a todos los presidentes desde que recuperamos la democracia. Y mientras hablaba con ellos, siempre me preguntaba qué pasaría si un loco venía y lo mataba. Porque estaban indefensos. Nadie pedía siquiera una credencial de periodista, y no había medidas de seguridad acordes al cargo que ocupaban. Pues bien: lo mismo sucedió ahora con Cristina.
Parece bastante claro que el agresor no actuó sólo, y que el atentado estaba planificado. Pero también está claro que no era una conspiración internacional ni una maniobra opositora para terminar con la vida de la Vicepresidenta. En todo caso, se trataría de un grupo de ultraderecha con las mentes alteradas, algo que no extraña en los tiempos que corren.
Sin embargo, lo más llamativo y lamentable es lo que se generó en torno a este hecho. Las miserias humanas y políticas afloraron por doquier. Más allá del repudio generalizado de oficialistas y opositores, aparecieron algunas voces poniendo en duda la autenticidad del episodio. Voces de la política, como Patricia Bullrich o Amalia Granata, y voces del periodismo.
Es increíble como los medios de comunicación opositores trabajan para poner en duda hasta lo evidente. Ahora están enojados porque los acusan de sembrar el odio. Pero la verdad es que han sembrado el odio, incluso más allá de lo estrictamente político. A lo mejor no son responsables directos, pero tanto odio sembrado crea el clima para hechos como el que vivimos.
Debo decir que no es algo nuevo en la Argentina. Es cierto que ahora los responsables son los periodistas pagos mercenarios de la derecha argentina. Pero yo no me olvido de otros que hicieron cosas parecidas, como el famoso 6-7-8 en los tiempos de esplendor del gobierno kirchnerista.
Hay un mensaje de odio que debe terminarse. Pero es mentira que el Amor es patrimonio de unos, y el Odio es patrimonio de los otros. Todos han contribuido en estas últimas décadas a agigantar la grieta. Y si no quieren tener sus manos manchadas con sangre, deberían poner fin a ese discurso de odio cuanto antes.
Finalmente, una reflexión sobre nuestra sociedad. ¿Realmente alguien en su sano juicio puede pensar que el atentado es todo un circo inventado por Cristina? ¿Qué ganarían los atacantes, destinados a pasar diez o quince años presos? El gen argentino es verdaderamente raro: no creen lo que ven con sus propios ojos, pero dan crédito a cualquier pelotudez que aparece en las redes sociales…