Por Pablo González
Días pasados se aprobó un nuevo aumento en las tasas municipales que pagamos todos los nicoleños. A propuesta del Departamento Ejecutivo local, los concejales y mayores contribuyentes del oficialismo dieron los votos necesarios para que se consume un incremento adicional del 17%, que se suma al que ya se había aprobado a comienzos de año para el corriente ejercicio.
Se hará de manera escalonada: 9% en octubre, 4% en noviembre y 4% en diciembre. Pero estas tres cuotas empalmarán con el incremento anual habitual, que seguramente será tratado y aprobado antes de que finalice el 2022 (para que comience a regir en enero del 2023.
La explicación que da el gobierno local es sencilla: a principios de este año nadie pensaba que la inflación anual en la Argentina rondaría el 100%, por lo que todos los costos calculados quedaron desfasados. Desde el punto de vista técnico y argumental, nada para discutir. Ni ellos, ni nosotros, pensábamos que tendríamos semejante nivel inflacionario.
Sin embargo, cualquier argumento se derrumba como un castillo de naipes cuando choca contra otra realidad: la inmensa mayoría de los ciudadanos no pueden llegar a fin de mes, y ningún ingreso ha podido seguir el ritmo de la suba de precios.
Daría la impresión que vivimos en dos realidades paralelas: la de los gobernantes que no tienen apremios económicos, y la de los atribulados ciudadanos que ya no pueden comer todos los días. Porque crénme que es así: hay mucha gente que no come, o que ha empezado a privarse de cosas esenciales.
Es fácil decir “tengo que aumentar las tasas porque no podemos afrontar la suba de costos”. ¿Pero quién le aumenta los ingresos a la gente? Algunos trabajadores, los menos, quizás tengan paritarias que se acerquen o empaten con la inflación. Pero otros corren muy por detrás, y muchos ni siquiera tienen paritarias. Y las tasas las tenemos que pagar todos.
Más allá de que la recaudación municipal ha caído ostensiblemente en términos de cobrabilidad, lo cierto es que muchos nicoleños siguen haciendo el esfuerzo de pagar puntualmente. Y lo hacen porque hay una realidad incontrastable: ven que ese dinero es devuelto en obras. Aunque algunos sectores se empecinen en minimizar dichos logros, la realidad es que San Nicolás ha progresado en los últimos años, y que está muy bonita.
Pero hay un punto de inflexión. Cuando no se puede pagar más, no se puede pagar más. Cuando la prioridad es comer o vestirse y la plata no alcanza, se deja de pagar lo que no es prioritario. Me parece que el municipio no se está dando cuenta de que este nuevo aumento podría ser hasta contrapruducente en términos recaudatorios. Y que en lugar de tener más ingresos, probablemente pasen a tener menos.
Los economistas que saben del tema dicen que hay una curva inexorable: cuando se pasa un determinado punto, cualquier aumento en lugar de aumentar la recaudación la hace descender. Y quizás estemos llegando a ese punto.
Más allá de las justificaciones que se busquen, estoy convencido de que no era el momento de ponerle un revólver en la cabeza a los contribuyentes nicoleños con un nuevo aumento. La gente la está pasando mal. Y sumarle otra preocupación con un tributo que no van a poder pagar, sólo les generará más angustia.