El jueves por la tarde, en el debate que se realizó entre los candidatos a diputados nacionales en Tucumán, Ricardo Bussi dijo lo que pensaba sobre los homosexuales.
–Son seres humanos que merecen todo nuestro respeto. Como los rengos, como los ciegos, como los sordos. Son pequeños sectores de la sociedad que tienen que ser reconocidos, claramente. Ahora, no sé por qué hay que darle un cargo público por ser travesti. Eso lo pagamos nosotros. El que decide ser travesti que se la banque solo.
La declaración del candidato de La Libertad Avanza merece ser analizada por su contenido como por su autor. Pero más interesante que eso, es otra cosa: se trata de un síntoma muy fuerte de que, por fuera de los resultados electorales, en la Argentina se está produciendo una transformación de dimensiones realmente revolucionarias.
Bussi estableció una diferencia entre grupos minoritarios que deben ser respetados -gays, rengos, sordos, ciegos- y una mayoría indiferenciada que no pertenece a ninguna minoría. A diferencia de los gays, los rengos, los sordos y los ciegos, esa mayoría estaría compuesta por gente supuestamente normal, como él. Luego, apeló a una curiosa comparación. Las personas que no pueden ver o escuchar o que tienen una pierna más larga que la otra y por eso renguean, padecen una minusvalía, una desventaja física objetiva respecto del resto. En esa categoría incluyó Bussi a los gays: personas en las que algo no funciona como debería.
Un ejercicio muy útil para entender la potencia discriminadora de una declaración, consiste en reemplazar el sustantivo que define a la población aludida por otro. Por ejemplo, por la palabra “judíos”.
La declaración de Bussi, entonces, quedaría así:
-¿Qué opina usted de los judíos?
-Son seres humanos que merecen todo nuestro respeto. Como los rengos, como los ciegos, como los sordos.
Se entiende, ¿no?
Bussi, además, forma parte de otro fenómeno: la cada vez más sincera reivindicación de la represión ilegal por parte de Javier Milei, el candidato favorito para ser presidente en pocas semanas. El primer paso en esa dirección lo dio Victoria Villarruel, su compañera de fórmula, cuando reclamó un lugar en la historia para las víctimas de la guerrilla. Villarruel se centraba en eso y solo en eso: en las víctimas desatendidas.
Luego, Javier Milei explicó que en los setenta hubo una guerra iniciada por grupos subversivos donde las fuerzas legales cometieron excesos que deben ser castigados “con todo el peso de la ley”. En el mismo discurso, Milei admitió la existencia de 8.500 desaparecidos. Hay allí un evidente contrasentido. Si un gobierno hace desaparecer y tortura a miles de personas, es evidente que eso no es un exceso sino un plan deliberado. En base a esas magnitudes, entre otros argumentos, la Justicia argentina estableció precisamente eso: la existencia de un plan criminal.
Pero Bussi fue un paso más allá que Milei. El candidato a presidente explicó que esos eventuales desvíos había que castigarlos. Bussi, en cambio, los naturalizó. En toda guerra caen inocentes, dijo. Son cosas que pasan.
Pero, con todo, nada de eso es lo más importante de esas declaraciones. Bussi pertenece a una familia muy comprometida con esta historia. Su padre fue condenado como uno de los jefes de ese plan criminal. Es el hijo de alguien a quien la Justicia de la democracia encarceló por asesino y torturador. Hasta hace unos meses, además, era un marginal dentro de la política argentina.
Sus declaraciones tienen relevancia, no por él sino porque ha sido uno de los primeros hombres elegidos por Milei para conformar su fuerza política. También porque a Milei no le parece un inconveniente que un hombre así ocupe un lugar relevante. Hace pocas semanas, Jorge Macri le pidió que renunciara a un candidato a legislador que, en otro contexto, había tenido exabruptos homofóbicos y racistas. Ese candidato, cuando se disparó el debate, pidió disculpas. Pese a eso, cuando se conocieron más declaraciones, dimitió. En este caso, las opiniones son actuales. Se suceden en medio de la campaña. No hay arrepentimiento. No hay pedido de disculpas. Y no pasa nada.
En ese punto exacto radica la novedad. Nazis, homofóbicos o gente que reivindica la tortura hay en todas partes. Son seres humanos que pertenecen a grupos minoritarios y merecen todo nuestro respeto, por decirlo en los términos del implicado. Ahora forman parte de un equipo que recibirá, en pocos días, un enorme respaldo popular. Allí es donde aparecen los rasgos de la revolución libertaria que se está expresando en la Argentina. Hay límites que se van corriendo a una velocidad que incluso es difícil de registrar en su real dimensión.
Nada de esto quiere decir que Milei intente transformarse en un dictador si, como todo parece indicar, llega a la Casa Rosada. Para ser justos, los personajes rupturistas como Milei, que ganaron elecciones en el mundo occidental, no se transformaron en dictadores. Ni Jair Bolsonaro, ni Donald Trump, ni tampoco Giorgia Meloni terminaron con las democracias en sus países. Pero, al menos en los primeros dos casos, este tipo de dinámicas tensionó al sistema como pocas veces antes. En apenas semanas, seguramente, empezaremos a experimentar cómo se desarrolla esta misma dinámica en la Argentina.
Es natural, por otra parte, que despierte prevenciones. De hecho, esa fue la preocupación que expresó el título de la editorial que publicó The Economist, la revista conservadora británica, luego de una entrevista de tres horas con él: “Milei es un riesgo para la democracia argentina”. Su intemperancia ante cualquier gesto de disenso, su percepción de que es prácticamente un perseguido político porque se dicen cosas de él que no le gustan -cuando él ha dicho, además, cualquier barbaridad- refleja una personalidad que será desafiada por las reglas -a veces crueles- de la verdadera libertad cuando sea Presidente.
Cuanto más se enoje con los límites, las discusiones, el tumulto, más tensiones habrá. Esta semana, por ejemplo, destrató a Marcelo Tinelli, al Coloquio de Idea, al canal Todo Noticias, al banquero Gabriel Martino. Por más que quizá él crea otra cosa, ninguno de ellos es comunista. Pero, a medida que se acerca al poder, Javier se irrita todo el tiempo, por razones difíciles de entender.
Durante la campaña del 2021, Luciana Geuna le preguntó si creía en la democracia. La respuesta fue rarísima:
-Digamos, yo creo que la democracia tiene muchísimos errores.
-Puede tener errores, ¿pero usted cree en el sistema democrático?
-Te hago al revés la pregunta. ¿Conocés el teorema de imposibilidades de Arrow?
-Le pido que me dé una respuesta.
-¿Y yo no puedo contestarte con una pregunta?
-Es importante la pregunta y requiere una respuesta contundente. ¿Cree o no en el sistema democrático?
-Si vos conocierás el teorema de imposibilidades de Arrow tendrías otra consideración. El teorema de imposibilidades de Arrow dice que, aun cuando vos tengas que todos los individuos son racionales y respetan los órdenes de transferencias en términos de transitividad, aún así, en el agregado, eso no te asegura la consistencia del resultado. Si vos ponés en una votación a elegir entre tres lobos y una gallina quién va a ser el plato de la noche, ¿sabés cómo termina?
Tampoco esto quiere decir, a priori, que la sociedad argentina apoye a personajes como Bussi cuando vota a Milei. De hecho, ni siquiera se sabe si la toda la gente que rodea a Milei piensa como el tucumano. Seguramente hay dirigentes que se horrorizan, o no comparten, las reivindicaciones a la represión ilegal o los exabruptos homofóbicos, pero que eligen estar ahí por otros motivos.
Pensar que Milei es Bussi sería una simplificación. Descartarlo, también. Creer que una sociedad se volvió autoritaria porque vota a alguien que reivindica la represión ilegal, es otra simplificación. Descartarlo, también. La novedad es que aparecen ahora preguntas tremendas que antes no existían.
Mientras tanto, a medida que avanza, la “libertad” genera todo el tiempo imágenes sorprendentes. El autor de esta nota, por ejemplo, fue testigo el viernes por la noche de un diálogo entre dos repartidores de comida. Uno votaba a Patricia Bullrich. El otro intentaba convencerlo de que lo hiciera por Milei.
El argumento:
-Patricia Bullrich formó parte de un gobierno que duplicó los planes sociales. ¡¡¡Los duplicó!!!
Hace doce años, en la misma zona, los trabajadores apoyaban masivamente a Cristina Kirchner, la creadora de la asignación universal por hijo:
-Dale, Tenembaum, votá a la Jefa—era una chicana habitual en la calle.
La revolución que barre con todo, y a toda velocidad, se va a expresar en las próximas semanas en la cantidad de votos que recibirá el peronismo: aún si tiene la fortuna de llegar al balotaje, algo que es muy difícil a esta altura, será la peor elección de la historia peronista. El 54 por ciento del 2011, el 55 de la suma de Daniel Scioli y Sergio Massa en 2015, el 48 por ciento de Alberto Fernández en 2019, se transformará, con suerte, en el 30 por ciento del 22 de octubre. Esa debacle se expresaba en aquel diálogo entre motoqueros: uno votaba a Milei, el otro a Bullrich.
Los cambios son muy bruscos por donde se lo vea: en cuestiones de valores muy profundos, en propuestas para resolver los problemas actuales, en identidades políticas, en irrupción de personajes inesperados, en una sociedad que, en pos de dejar atrás lo que está sufriendo, elige apostar por aquello que está lo más lejos posible de todo lo que existe, de los aumentos interminables de precios, de la falta de expectativa, de la venalidad, de los malos gobiernos.
Y, por supuesto, del fantástico yate de Martín Insaurralde.