Por ALEJANDRO ANDRÍN
(Integrante del Staff Técnico del Plantel Superior de Regatas&Belgrano San Nicolás)
Si el rugby ayuda a formar hombres sin vanidad y sin miedo yo estaría traicionando la primera de estas acepciones porque voy a comenzar con algo autorreferencial.
Tenía 13 años, no podía saber que esa noche recibiría una enseñanza que me trae hasta aquí hoy. Doce años cuando me invitaron a una práctica de un deporte que desconocía tanto que me costaba pronunciar. Fue en el Automóvil Club. No había cancha, era de noche, un terreno apenas iluminado y lloviznaba. Me arrepentí de haber asistido apenas comenzamos a correr. No hubiera ido pero era eso o particular de matemáticas. Me llevó Marcelo Benetti, capitán del equipo. Estábamos sin entrenador porque el hombre en cuestión se había ido a hacer la colimba al sur, se llamaba Miguel Hernández. El Colo Benetti medía 1,70 metro, pelo lleno de rulos, cara llena de pecas, tenía 14 años y era nuestro capitán. Fue severo y protector. Todavía hoy lo recuerdo.
En un momento me hicieron formar de hooker en un scrum. No sabía formar pero mis compañeros me sostuvieron y formamos y empujaron tanto que sentí una fuerza que superaba el individualismo. De tantas maneras lo superaba. Años después, en Deportiva Francesa el entrenador Cacho Martínez Basante quien, además era manager de Los Pumas, nos citó para la primera práctica. Escribió en un pizarrón: ”Si tacklean a uno y no nos duele a todos, no sirve”. Y nos mandó a entrenar. ¿Sucedió algo más? Sí. Aquella noche destemplada y fría del Automóvil hubo una formación. Ya me habían mandado de medio scrum, deduzco por lo que sucedió después. Era una montonera, se veía poco, no había camisetas distintivas y apenas percibía un montón de cuerpos de adolescentes que disputaban la pelota. De pronto pude distinguir un gordo que arrastraba la cara por el barro. Literalmente arrastraba su cara e intentaba destrabar su mano debajo de un montón de cuerpos. Yo miraba sin entender bien qué pasaba. De repente, entre el barro y mi sorpresa apareció debajo de su cuerpo la pelota que había conseguido. Tanto esfuerzo, ¿para qué?, pensé. Inmediatamente me la ofreció. Era para mí que era su compañero. “¡Abrila!”, me gritaron. No lo supe entonces, no tenía por qué saberlo pero ese gordo me enseñó tanto esa noche. Me enseñó del famoso espíritu, que nadie se salva solo y ¿por qué, no?, me hizo mejor persona. Un profesor de Periodismo decía: “Las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirarlas”. No pude sino mirar y aprender la lección, esa noche. Después vino la vida, como siempre sucede. De aquel gordo nunca recordé su rostro ni su nombre ni volví a verlo. A veces tengo la tentación de buscarlo en la historia de los recuerdos. Muchos otras lo reconozco en cada gesto parecido que se da dentro de una cancha.
Sí agradezco a mis compañeros de rugby de hace algunos años que me volvieron a convocar para esta temporada. Antonio Ponte me dijo que mirara el juego (algo que me apasiona, realmente) y que lo transformara en planillas, diseño de jugadas, resumen del partido. Y de pronto de nuevo al colectivo y a los viajes. Y comprender una vez más que detrás de lo que parece una maraña de jugadores que no se distinguen existe una lógica y algo que está reproduciendo la vida misma.
En ese remolino vertiginoso jugamos este año, ganamos y perdimos, pero fundamentalmente evolucionamos. Ahora se juega mejor.
Anoté una frase que estaba escrita en la pared del vestuario de Club La Salle Jobson. Decía:” En los entrenamientos se ganan los trofeos, en los partidos se va a recogerlos”. Es algo que deberá tener en cuenta la Fusión.
Hay algo que me aparece claramente: los vi jugar tanto, tanto, los analicé, intenté ver el tipo de juego que planteaban, los aciertos y errores. Acercarles a los entrenadores posibles jugadas que mejoraran sus aspectos débiles. Y fui escuchado con mucha generosidad. A veces sospechaba que lo que decían los entrenadores ya lo sabían. Me descubrí junto a mis ex compañeros (ahora entrenadores) en los viajes hablando de jugadas, anécdotas, bromas que ya tenía olvidadas. Adrián Parodi y su inmensa pasión, Matías Galizio y su visión del rugby desde las entrañas. Pero hubo algo más: la organización aceitada que tiene la Fusión yo no lo viví nunca antes. Hay todo un equipo que trabaja: te sentás en un tercer tiempo e inmediatamente alguien te alcanza una bandeja de comida exquisita. A vos y al entrenador del otro equipo. Llegás a la Terminal y hay un colectivo de dos pisos esperándote. Existe una comunicación aceitada, prolija y eficiente. Y por si esto fuera poco llegás a la cancha y está Manuel Brogliatti, que todo lo empuja, y hace que sea más liviano el camino.
Vuelvo al equipo del Plantel Superior. Me quedo con algo que aparece luminoso por encima de cualquier análisis. Es esto: en el mano a mano, cuando el rival venía de frente, pelota dominada y pensaba que avanzar sólo era un pequeño trámite, del otro lado siempre encontraron un jugador de la Fusión que dio un paso adelante y los enfrentó. Siempre. Eso es lo que me queda de este año. Nadie se borró a la hora de la entrega, del tackle. Y eso podría ser el resumen de este año. O como dice Borges: “Hay algo de lo que los hombres no se arrepienten jamás, Y ese algo es haber sido valientes”.
Producción: Ignacio Arámburu